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Mayo 2, 2021
5to Domingo de Pascua
Juan 15: 1-8
Queridos hermanos,
Continuamos recorriendo este tiempo de Pascua. Tiempo propicio para revisar nuestra vida de discípulos y discípulas a luz de Jesús resucitado. Tiempo de gracia para mirar nuestras prácticas comunitarias, eclesiales y personales. ¿Qué frutos estamos dando? ¿Nuestro amor cristiano puede verse en gestos y acciones concretas? ¿Cómo reaccionamos antes las “purificaciones” que recibimos en la vida? ¿estamos glorificando a Dios con nuestras vidas llenas de ilusión, esperanza y misericordia? Pero, sobre todo, tiempo para revisar y renovar nuestra relación personal con Cristo y con la comunidad eclesial.
Todos tenemos la experiencia de la amistad. Hay personas con las que nos relacionamos todos los días, a veces podemos incluso salir a dar un paseo juntos o a divertirnos. Pero eso no significa que seamos amigos. Con el amigo hay una relación más profunda, hay algo que nos une más allá incluso del hecho de que nos podamos ver con frecuencia o no. Es como si entre los amigos se estableciera un vínculo profundo. Ser amigos quiere decir algo más que divertirse un rato juntos. Esos serían los amigotes que sirven sólo para irse de juerga pero nada más. Recordemos que el hijo pródigo, cuando se fue con su parte de la herencia, tuvo muchos amigos pero, en cuanto se terminó el dinero, se quedó sólo. Los amigos son otra cosa. Los amigos contactan y comparten sus más profundos sentimientos, los buenos y los malos. Entre los amigos a veces no hacen falta palabras. Se entienden con una mirada.
El Evangelio de hoy nos habla de nuestra relación con Jesús. Nos pone un ejemplo concreto para hablar de ella: la vid y sus ramas, los sarmientos. Los sarmientos sólo tienen vida si están unidos a la vid. Pero también podemos mirar lo que Jesús dice desde otro punto de vista: sin los sarmientos, la vid nunca dará fruto. Lo que une a la vid y a sus ramas, los sarmientos, es la corriente de savia que lleva la vida continuamente de la una a las otras. Cuando miramos a la vid, la savia no se ve. Corre por dentro del tronco y de las ramas. Ni siquiera cuando se corta una rama, se ve la savia a simple vista. Hace falta una mirada más profunda, quizá con el microscopio, para verla. Y, sin embargo, está ahí. Un sarmiento que se separa de la vid, se seca y muere. Como dice Jesús, es echado al fuego.
Hoy Jesús nos pide que mantengamos esa relación profunda con él. Como la vid y los sarmientos. Como los buenos amigos. No nos pide que pasemos el día entero en la Iglesia rezando. Los amigos no lo son más por estar todo el día juntos. Pero sí que mantengamos ese vínculo profundo, que dejemos que su savia nos llegue adentro y nos de la vida que necesitamos para dar fruto. ¿Qué frutos? Pues, como dice el apostol san Juan en su carta, los frutos van a ser cumplir su mandato, es decir, que nos amemos unos a otros. Ése es el fruto que tenemos que dar: “frutos de amor para la vida del mundo”. Que los demás se sientan apreciados y valorados, acogidos con misericordia y comprensión, que sembremos la paz y la serenidad a nuestro alrededor, que renunciemos a la violencia, que seamos honrados en nuestro trabajo. Esos son los frutos que daremos si permanecemos unidos a Jesús. Pero, que “no amemos con puras palabras y de labios para afuera, sino de verdad y con hechos.”
¿Qué significa en la práctica para mí permanecer unido a la vid que es Cristo? ¿Siento que mantengo esa relación profunda con Jesús que me permite dar frutos de amor? ¿Cómo expreso mi amor a los que me rodean? ¿He renunciado, por lo menos, a la violencia en mi vida?