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Enero 19, 2020
2˚ Domingo del Tiempo
Ordinario
Juan 1: 29-34
Por Padre Manuel Solorzano, Guest Column
Queridos hermanos todo el mundo sabe lo que es la publicidad. Vamos por la carretera o por las calles de nuestras ciudades y las vallas publicitarias nos dicen qué es lo que tenemos que comprar: los coches, las casas, los electrodomésticos o los servicios que necesitamos para ser felices. La radio, la televisión, los periódicos están llenos también de publicidad. Parece que todo el mundo se empeña en decirnos lo que nos hace falta, lo que necesitamos, aquello sin lo cual nuestra vida carecerá de sentido, será más triste o, sencillamente, no podremos tener la vida que nos gustaría.
El evangelio de este domingo tiene algo de parecido con una campaña publicitaria como las que hemos comentado. Parece que habiendo terminado el tiempo de Navidad y teniendo todo el año por delante, las lecturas nos invitasen a preguntarnos – en lugar de darnos respuestas – por quién es ese Jesús del que tanto se habla.
De hecho, Jesús no aparece en el Evangelio. Es Juan, el Bautista, el que habla de él. Dice que es el que quita el pecado del mundo, que ha visto como sobre él bajaba el Espíritu de Dios, que será el que nos bautice con el Espíritu Santo y que es el Hijo de Dios. Juan da testimonio de Jesús y, haciéndolo, provoca en nosotros el deseo de conocerlo, de acercarnos a él, de escuchar sus palabras.
Aunque nada más sea por mera curiosidad, valdría la pena estar atentos a ese Jesús que nació pobre en un pesebre, que camina por nuestras calles. A ese Jesús se le encontrará lejos del Templo y de los centros de poder, y cerca de los pobres, los enfermos, los oprimidos, los pecadores … Pero, hay algo sorprendente, de él se dice que es el Hijo de Dios y que nos trae la salvación.
El profeta Isaías, anuncia también la figura del siervo. Su misión consistirá no sólo en reunir a las tribus de Israel. Será la luz de las naciones para que la salvación de Dios alcance hasta los confines del mundo. Pablo saluda a sus lectores y les desea la gracia y la paz de parte de Dios, el Padre de todos y del Señor Jesucristo. Es decir, Jesús es el que nos trae la gracia y la paz de Dios.
En este domingo comienza, en la práctica, el tiempo ordinario, en el que se recuerda el misterio de Cristo en su plenitud.
Por eso vamos a ir escuchando domingo tras domingo el relato de las acciones y palabras de Jesús. Le vamos a ver curando a los enfermos, le vamos a escuchar las parábolas, le oiremos anunciar el reino de Dios, le veremos hablando con sus discípulos, enseñándoles a rezar, caminando hacia Jerusalén, discutiendo con los escribas y los fariseos … Poco a poco se nos dará la oportunidad de descubrir y conocer a fondo la figura de Jesús.
Entraremos en contacto con él no por lo que nos diga Juan el Bautista o el profeta Isaías o el mismo Pablo sino porque nos encontraremos directamente con Jesús, escucharemos su palabra y le veremos actuar.
El año litúrgico nos da la oportunidad de conocer directamente a Jesús, de dejar que su palabra llegue al fondo de nuestro corazón. Y de confrontar con el Evangelio nuestra vida. ¿Dónde se situó Jesús? ¿Qué hizo? ¿Cómo trató a los que se cruzaban en su camino? ¿Dónde nos situamos nosotros? ¿Qué hacemos? ¿Cómo tratamos a los que se cruzan en nuestro camino?
Estas preguntas y muchas otras irán surgiendo al paso de las semanas. Ahora no es tiempo todavía de buscar las respuestas. Basta con abrir los ojos y estar muy atentos a Jesús.
Ya no es el niño que contemplamos en Navidad. Ha crecido y vale la pena escucharle y seguirle, así como también dar testimonio de que Jesús es el Mesías, el profeta de la salvación, llevando la ayuda allá donde la gente esté padeciendo cualquier tipo de esclavitud, de carencia o de sufrimiento.