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Clarion Herald Guest Column
28 Domingo del Tiempo Ordinario
Marcos 10: 17-30
Octubre 14, 2018
Escuchando el evangelio de este domingo, no puedo sino recordar mi experiencia vivida en medio de los pobres de América Latina. Los pobres de aquellos pueblos y los pobres, en general, tienen algo que desconocemos en las grandes ciudades. Tienen una visión distinta del mundo, de los otros y de Dios. Ellos son pobres de riqueza y bienes materiales, pero son más ricos que nosotros en humanidad. Así de claro. Saben compartir su vida de manera sencilla y espontanea porque, a diferencia de nosotros, conocen por experiencia el hambre y la necesidad. Saben dar con generosidad. Como no tienen mucho que dar, se dan ellos mismos. Son pobres de cosas materiales, pero ricos en humanidad. Es difícil saber de dónde sacan fuerzas para vivir en medio de tantas necesidades, y sobre todo la fe para confiar.
Ahora bien, no se trata de idealizar a los pobres. También en ellos se da el mal y la iniquidad. Pero, su manera de vivir nos hace pensar. Nos creemos más progresistas, inteligentes y felices, pero probablemente somos más frágiles, débiles y desdichados que muchos de ellos. Hay algo que ellos tienen y nosotros hemos perdido. Se lo dijo Jesús al joven rico: “Una cosa te falta”.
¿No estaremos poniendo nuestro corazón en tesoros que no llenan los anhelos más hondos del ser humano? ¿No tendrán que enseñarnos los pobres a vivir de una manera más humana?
El cambio fundamental al que nos llama Jesús es muy claro. Decidirse a dejar de ser un hombre egoísta que ve a los demás en función de sus propios intereses para atreverse a iniciar una vida fraterna en la que uno se ve a sí mismo en función de los demás. Por eso, a un hombre rico que observa fielmente todos los preceptos de la ley, pero que vive encerrado en sus propias riquezas, le falta algo esencial para ser su discípulo: compartir lo que tiene con los desposeídos.
Hay algo muy claro en el evangelio de Jesús. La vida no se nos ha dado para hacer dinero, para tener éxito o para lograr un bienestar personal, sino para hacernos hermanos. El amor fraterno que nos lleva a compartir lo nuestro con los necesitados es “la única fuerza de crecimiento”, lo único que hace avanzar decisivamente a la humanidad hacia su salvación. El hombre más logrado no es, como se piensa, aquél que consigue acumular mayor cantidad de dinero, sino quien sabe convivir mejor y de manera más fraternal.
Por eso, cuando un hombre renuncia poco a poco a la fraternidad y se va encerrando en sus propias riquezas e intereses, sin resolver el problema del amor, termina fracasando como hombre. Y aunque viva observando fielmente unas normas de conducta ética, al encontrarse con el evangelio, descubrirá que en su vida no hay verdadera alegría. Y se alejará del mensaje de Jesús con la misma tristeza que aquel hombre que “se marchó triste porque era muy rico”.
Los cristianos somos capaces de instalarnos cómodamente en nuestra religión, sin reaccionar ante la llamada del evangelio y sin despertar ningún cambio fundamental en nuestra vida. Hemos convertido nuestro cristianismo en algo poco exigente. Hemos “rebajado” el evangelio acomodándolo a nuestros intereses. Pero ya esa religión no puede ser fuente de alegría. Nos deja tristes y sin consuelo verdadero. Ante el evangelio, hemos de preguntarnos sinceramente si nuestra manera de vivir, de ganar y de gastar el dinero es la propia de quien sabe compartir o la de quien busca sólo acumular. Si no sabemos dar lo nuestro al necesitado, algo esencial nos falta para vivir con alegría cristiana.
Que el Señor nos haga más sensibles a las necesidades de los pobres y podamos encontrar en El el verdadero camino a la felicidad.