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El Evangelio del Domingo 30 Tiempo Ordinario, Oct. 27. Lc. 18: 9-14
“El Fariseo y El Cobrador de Impuestos”
Jesus dirige esta parábola a aquellos que confían en si mismos como justos y desprecian a los demás.
“¿Cuando una persona se acredita a si mismo el bien que hace y no a Dios, no es esto una negación de Dios?” (Teofilacto)
Estos dos personajes son exactamente opuestos. Sin embargo los dos oran de pie. Pero uno esta orando sobre sus cosas, o esta orando a si mismo como dice San Agustin. “En una misma frase ataca a los ausentes y hiere a la única persona que esta presente. Nosotros no damos gracias a Dios hablando mal de otros.” El publicano está pidiendo misericordia, y está haciendo una oración perfecta.
Santidad o justificación viene de Dios, no de nosotros
Ninguno de estos dos personajes son un modelo. Tenemos ideas equivocadas sobre el publicano: no es humilde o pobre como a veces imaginamos. Cobra impuestos para Roma y se enriquece cobrándole demás a la gente. Publicanos o Cobradores de impuestos eran despreciados y odiados por la gente. Además no eran muy practicantes porque para ellos el dinero era mas importante que Dios o que la religión. Algunos publicanos cambiaron sus vidas y siguieron a Cristo: como San Mateo y Zaqueo.
No nos gustan los fariseos porque eran hipócritas, pero eran gente muy religiosa y querían cumplir la ley. Este fariseo no roba, no comete adulterio y no ha matado a nadie. Pero se justifica a si mismo. Su santidad viene de si mismo, no de Dios. Su oración es sobre ellos mismos, y no alcanza hasta Dios.
“Si escuchamos sus palabras vemos que no le pide nada a Dios … y no tiene necesidad de hacerlo. Solo quiere alabarse a si mismo, e insultar al otro que ora al lado.” (Agustin).
Sólo sabemos de un gran fariseo que que convirtió a Cristo: San Pablo.
La oración perfecta
El publicano ora diciendo: “O Dios, ten misericordia de mi, un pecador.”
Hay varios ejemplos de esta oración en el Nuevo Testamento. Los padres del desierto usaban la misma oración de esta manera: “Jesus, hijo de Dios, ten misericordia de mi que soy un pecador.” La repetían constantemente durante todo el día. Esta jaculatoria fue llamada “la oración perfecta” o “la oración de Jesús,” o “oración de contemplación” o “oración del corazón.”
Así se cumplía lo mandado por San Pablo: “Oren todo el tiempo.” (1 Tes. 5:17) Varias oraciones de este tipo se desarrollaron tanto para vivir en la presencia de Dios, como para buscar la purificación interna.
Un ejemplo posterior: “Señor Jesus, protégeme de mi lengua.” (Un padre del desierto.) Un discípulo de San Antonio aconseja: “Lleva siempre la palabra del publicano en tu corazón. De este modo te salvarás.”
La oración que justifica
Jesus nos da la interpretación de esta parábola: “Les aseguro que este hombre regresó a su casa justificado; fue reconciliado con Dios, pero no el otro.” Los dos bajaron de la altura del templo y regresaron a su vida ordinaria. Pero que diferencia!
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