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Por Arzobispo Gregory M. Aymond
En el Día de las Madres, honramos a todas las madres: madres biológicas, madres adoptivas, madres sustitutas, madrastras y madres solteras. Todas estas mujeres tienen un lugar especial en nuestras oraciones y en nuestros corazones, en el Día de la Madre. También, oramos por las mujeres que desean compartir la vocación de la maternidad, pero por alguna razón, no pueden hacerlo.
De una manera particular, recordamos a nuestras madres fallecidas. Hablando por mí mismo, a menudo, daba por sentado lo que mi madre hacía por mí y, a veces, incluso su amor. Este día del año, nos recuerda, no solo dar las gracias a nuestras madres, sino también, examinar un poco más atentamente lo que han hecho por nosotros. Por supuesto, debemos mostrar nuestro agradecimiento a nuestras madres por el resto del año, ¡y no solo en un día especial!
También, pedimos a la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que sea el modelo para todas las madres. Algunas personas no se dan cuenta de que la maternidad de la Santísima Madre, tuvo un gran costo. Ella dio a luz en un granero. Descubrió que, cuando aún era una adolescente, Herodes estaba decidido a matar a todos los niños primogénitos. Cuando Jesús era un adolescente, se separó de la peregrinación familiar y, se quedó para enseñar en el templo. María y José, no entendieron por qué hizo eso. ¿Te imaginas cómo se sintió María cuando escuchó a su hijo siendo ridiculizado por su ministerio? Ella caminó con Él hasta el Calvario y, se quedó con Él al pie de la cruz. María es un modelo compasivo y comprensivo para todas las madres, en sus alegrías y desafíos.
A veces, las personas malinterpretan el papel de María en la Iglesia Católica. No “adoramos” a María, sino que le damos honor y devoción, y nosotros adoramos a su Hijo. Le pedimos a María que lleve nuestras oraciones a su Hijo, como lo hizo en el banquete de bodas en Caná, cuando se acabó el vino. María, nos da un ejemplo de lo que significa ser una persona de fe. Ella, nos habla hoy tal como habló a los servidores en el banquete de bodas: “Haz lo que te diga” (Jn 2, 5).
Como Católicos, creemos que la maternidad es una vocación, un llamado de Dios para nutrir, formar y amar a sus hijos. Dados algunos de los valores y, el rápido ritmo de nuestro mundo actual, es un desafío ser una madre. Muchas madres, tienen que trabajar fuera del hogar para poder proveer a su hijo. Admiramos a quienes lo hacen y, les agradecemos por vivir esa vocación de maternidad en una vida muy ocupada.
También, nos damos cuenta de que a algunos les puede resultar difícil celebrar el Día de las Madres, debido a experiencias dolorosas con sus madres, o una relación difícil con ellas. En el Día de la Madre, oramos por esos niños para que Dios les dé paz, compasión y sanación de esos recuerdos.
En el Día de la Madre, también, recordamos a aquellos que perdieron a su madre a una edad muy temprana, y recordamos de una manera especial a aquellas madres que han tenido que enterrar a sus hijos.
Agradezco a Dios por todas aquellas mujeres que han aceptado la vocación de la maternidad y, que se han entregado con tanta generosidad para vivir esa vocación. La maternidad no es, en ningún sentido, una vocación fácil, pero creemos que con el ejemplo de María y la ayuda de Dios, es posible.
Las preguntas para el Arzobispo Aymond, se pueden enviar a: [email protected].