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Quinto Domingo
Tiempo Ordinario
Febrero 9, 2014
Mat 5:13-16
Nos dice Jesús hoy: “Ustedes son la luz del mundo, y ustedes son la sal de la tierra.”
Al mismo tiempo, nos hace saber que hay peligros serios:
la sal puede perder su sabor, y la luz puede esconderse debajo de la cama.
Es decir el sacerdote puede corromperse y ser infiel a su alianza con Cristo, y el matrimonio puede perder su sabor y romper su alianza matrimonial.
Hay tres clases de alianza de sal:
La sal de la consagración sacerdotal
La sal se usaba en el Antiguo Testamento como un símbolo de la alianza con Dios.
La “Alianza de sal” era la alianza de Dios con aquellos que le iban a servir por siempre en el sacerdocio. (Num.18:19) “Yo te doy todas las ofrendas que los israelitas consagran para el Señor. Te las doy a ti, a tus hijos y a tus hijas, como un derecho irrevocable. Esta será una alianza de sal, una alianza eterna, para ti y tu descendencia, delante del Señor.”
Esa sal representa ahora la consagración de los apóstoles, como ministros de la nueva alianza. Al decirles esto, Jesus separa a sus sacerdotes para si mismo, los consagra como ministros de todo lo que va a revelar en el Sermón de la Montaña: la nueva espiritualidad y la nueva ley moral.
La alianza de sal matrimonial
Pero de alguna manera esto se da también entre los esposos que hacen su alianza matrimonial ante el Señor. Parece que algunos grupos han conservado este ritual. El hombre y la mujer traen ante el altar cada uno un pequeño recipiente con su propia sal. Ante el ministro la mezclan en un pequeño frasco. Y al llegar a casa lo colocan en lugar visible, para que cuando los hijos pregunten, ellos respondan que van a divorciarse sólo cuando cada uno de ellos pueda separar sus propios granos de sal, de los de su cónyuge.
La alianza de consagracion personal
Así la explica San Jose Maria Escrivá:
“Con el Señor vamos a descubrir como darle una dimensión sobrenatural a todas nuestras acciones, aun aquellas que parecen poco importantes. Aprenderemos a vivir cada momento de nuestras vidas con un viva conciencia de eternidad.”
Le podemos dar una dimensión sobrenatural a todo lo que hacemos; a cada actividad humana, a cada situación y a cada momento de nuestra vida.
Tomemos algunos ejemplos:
Darle sabor espiritual, sabor de vida eterna, de consagración a mi trabajo diario…Mis gozos y tristezas. Aun cosas de rutina diaria como el comer, el dormir, el descansar y el divertirme.
Puedo consagrar a Dios, cosas que parecen negativas, que ocasionan angustia o sufrimiento; las enfermedades; mis propias limitaciones; los insultos y calumnias que me hacen; injusticias contra mi en el trabajo y en la casa; la muerte de seres queridos; los aparentes fracasos y contradicciones.
Por supuesto habrá obras, pensamientos, decisiones, compañías que no dan gloria al Señor, que no puedo consagrarle. No le puedo consagrar a Dios el vivir en pecado; el cohabitar sin matrimonio; el alcoholismo; el aborto, mis resentimientos y mis rencores.
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