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Septiembre 15, 2019
24˚ Domingo del
Tiempo Ordinario
Lucas 15: 1-32
Por Padre Manuel Solorzano, Guest Column
Queridos hermanos: el evangelio de este domingo nos invita a centrarnos en la actitud de Dios ante el pecador. Somos invitados, además, a reflexionar sobre la imagen que tenemos de Dios y, tal vez, a modificarla. No se trata de nuestro “concepto teórico” de Dios, pues Dios no cabe en ningún concepto y los desborda a todos. La cuestión es práctica y existencial, pues se trata de su actitud ante nosotros: es ahí donde descubrimos que Dios nos supera y sorprende. ¿Qué quiere decir esto? ¿Cuál es la actitud de Dios ante el mal y el pecado?
Para entenderlo la Palabra nos propone como trasfondo de la actitud de Dios hacia el hombre tres pecados de especial gravedad: La idolatría, la oposición al Dios verdadero y el pecado de la negación del padre y la depravación de una vida desenfrenada y egoísta. Ahora bien, ¿Cuál es la reacción de Dios ante estos pecados? Por si quedan dudas, las parábolas de la misericordia deberían ser el argumento definitivo. Dios no sólo perdona, salva y recrea, sino que, cuando el hombre “se pierde”, sale a su encuentro, lo busca con ahínco y esmero, sin ahorrar esfuerzos. Así lo ha manifestado en Cristo, que para encontrar y salvar al pecador ha ido hasta el extremo de la muerte.
Se dice que los pastores conocen a sus ovejas una por una y no en “rebaño”. Así nos conoce y nos busca Dios. Somos para él más valiosos que la moneda perdida de la mujer de la segunda parábola. Cualquiera entiende qué supone perder la garantía, el sustento propio y el de los suyos. Pero Jesús ahonda aún más su enseñanza sobre la misericordia: somos más que una oveja conocida por el nombre, o el tesoro que nos promete la supervivencia; para Dios somos como el hijo único, amado con un amor exclusivo, que es como los buenos padres y, sobre todo, las buenas madres que quieren a cada uno de sus hijos, por muchos que tengan. Un amor exclusivo es un amor incondicional, que sale al encuentro del hijo perdido “cuando estaba todavía lejos”, un amor que no reprocha ni castiga, sino que abraza, recrea y festeja la vuelta a casa. Dios, en efecto, tiene una actitud activa ante el pecado y el mal, pero también respetuosa hacia la libertad humana, a la que no fuerza si ésta no presta su acuerdo. Y es que el perdón de Dios es incondicional, pero nosotros podemos recibirlo sólo si nos abrimos a él. De ahí la necesidad del arrepentimiento.
Ahora bien, la idea del castigo divino por el pecado se parece más a una proyección nuestra que clama venganza y se cierra a la misericordia. Es el pecado del hijo mayor y de los que se pretenden justos y niegan el perdón de los “perdidos” que vuelven a casa, y exigen para ellos los castigos adecuados. Es el pecado de los fariseos, para los que Jesús cuenta estas parábolas, con las que quiere purificar nuestra imagen de Dios, al revelarlo como un Padre lleno de amor, que ha hecho lo máximo que se puede hacer: en Cristo ha tomado sobre sí el pecado del mundo hasta el extremo de la cruz, para convertir la muerte en vida, el pecado en gracia.
Por tanto, no nos convirtamos nosotros en fariseos de los fariseos, considerando que son estos últimos los que no tienen remedio. Pablo, era un fariseo y fue el que descubrió en su propia vida que lo que no podía la ley, sí lo podía la gracia. Y es que la imagen de Dios que la Palabra nos trasmite hoy es precisamente la de un Padre que espera activamente el regreso de sus hijos, y que no desespera de ninguno. Hoy debemos ser nosotros los brazos y las manos de Dios para acoger a nuestros hermanos y hermanas. Hoy debemos ser nosotros la lengua de Dios para comunicar al mundo que Dios no es Dios de muerte sino de vida, no de opresión sino de libertad, no de condenación sino de salvación. Ahí está nuestro compromiso. O, dicho de otra manera, nuestra forma de agradecer a Dios por el amor con que nos ha amado y nos ama cada día.