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Marzo 17, 2019
2˚ Domingo de Cuaresma
Lucas 9: 28b-36
Por Padre Manuel Solorzano, Guest Column
Queridos hermanos: El camino hacia la Pascua, como el de nuestra propia vida, puede resultarnos en ciertos momentos arduo de recorrer y necesitamos hacer un alto para recobrar fuerzas. El Evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos invita a abandonar la aridez y las dificultades del desierto, que veíamos el domingo pasado. Con Jesús, con Pedro, Santiago y Juan, subiremos a la montaña para orar y, quizá, logremos intuir a través del resplandor de la Transfiguración algo de su luz de gloria, prenda de nuestra resurrección futura.
Lucas nos cuenta aquella experiencia de fe con un relato lleno de símbolos. “Su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blancos. De repente dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumarse en Jerusalén”. Ellos no entienden; ¿por qué hablar de la muerte, cuando están viviendo una experiencia única y gozosa?, ¿qué significa la presencia de Moisés y Elías? Lo que estaban viendo era grande, que más se podía pedir y soñar, por eso Pedro dice: “Maestro, qué hermoso es estar aquí. Hagamos tres chozas … pero, no sabía lo que decía”. El camino será largo y deberá atravesar la oscuridad de la muerte, hasta llegar a la luz de la vida en la resurrección, ese es el camino de la Cuaresma.
Todos los seguidores de Jesús estamos llamados a vivir esta experiencia de transfiguración o transformación, como lo dice San Pablo: “El transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa”. La fe no nos aligerará el paso, no allanará las dificultades, no resolverá por arte de magia las dudas, pero nos hará creer en la renovación del hombre y la sociedad.
El encuentro con Jesús nos cambia y ya no valdrán las medias tintas, el amor se muestra en plenitud. Por eso es esencial el orar, el cultivar la amistad, sentirnos como los tres apóstoles, casi atontados ante ese misterio, oír la voz del Padre que nos dice: “Este es mi Hijo, el escogido; escúchenle”.
Tantas pruebas de la presencia de Dios en nuestras vidas, retiros, ejercicios espirituales, momentos en la montaña y en distintos Tabores, en los que parece que estamos dispuestos a todo. Pero después en la vida diaria, cuánto nos cuesta asumir la cruz, la oscuridad, en fin, seguimos preguntándonos por el sentido de la vida, por el significado del dolor y de la muerte, aunque nosotros sabemos que la transfiguración es anticipo de la resurrección.
Luego de aquella experiencia “ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie todo lo que habían visto”. Con humildad ahora, ellos y nosotros debemos de bajar de la montaña donde hemos contemplado a Cristo, para unirnos a los hombres que luchan por una sociedad mejor. No tengamos miedo, tampoco nos escondamos en el individualismo, o en el pensar que hemos resuelto el enigma de la vida o de la verdad. Escuchemos el punto de vista de los otros, dialoguemos y demos testimonio de que Jesús es nuestra energía, y que la Pascua ya está en marcha.
Ninguno de nosotros olvidaremos lo que ocurrió ese día en el monte, o en cualquiera de los sitios en los que nos hemos encontrado o tenido una experiencia de Dios. En muchas ocasiones tendremos que volver a ese amor primero, retomar la amistad con Jesucristo. Este es uno de los temas más importantes en las actuales circunstancias de la vida, en las que la fe nos es difícil vivirla en un ambiente que niega la trascendencia. Miremos las estrellas, contémoslas si podemos y pisemos el suelo, la arena del desierto, mientras nos aproximamos a la gloria poco a poco, encuentro tras encuentro, con Jesús y los prójimos.