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Los siguientes son extractos de la homilía del Arzobispo Aymond en la Misa Crismal celebrada el 3 de abril en la Catedral de San Luis. En la misa Crismal, son bendecidos los aceites sagrados, para ser utilizados sacramentalmente por la Iglesia durante todo el año y los sacerdotes se reúnen para renovar su compromiso al ministerio sacerdotal.
Hace muchos años hubo un programa de televisión muy popular, “Walker: Texas Ranger.” Fue el programa habitual de crimen e investigación que vemos tan a menudo en la televisión. No recuerdo ninguno de los episodios, pero recuerdo una frase que el jefe de la policía del Texas Ranger, dijo en numerosas ocasiones: “Todas las acciones tienen consecuencias.”
Parece que esas palabras se aplican a lo que vemos que ocurre hoy en el Evangelio, cuando Jesús está en la sinagoga. En primer lugar, su apariencia parece muy inocente, pero finalmente sus acciones y palabras tienen consecuencias muy graves. Vemos a Jesús desenrollando el pergamino y leyendo de los profetas: no hay problema. Luego, de repente, dice las palabras peligrosas que tienen consecuencias: “Hoy se cumple esta escritura en su presencia.” Jesús, de hecho, está diciendo: “Yo soy su ungido. El Espíritu de Dios está en mí. Soy el humildemente enviado por Dios.”
Estas palabras tienen consecuencias graves. Lucas nos dice, la gente se levantó y lo expulsaron de la ciudad y lo llevaron a la cima de la colina, con la intención de lanzarlo por el borde.
Sí, hubo consecuencias. Sin embargo, Jesús no se detuvo de afirmar su identidad como Dios lo había ungido. Y, como sabemos, las consecuencias lo llevaron a su muerte cruel e injusta.
Jesús afirmó que todos aquellos que son sus discípulos son también ungidos de Dios. Son las muchas palabras que Jesús se aplicaba a sí mismo y que deben estar guardadas en nuestros corazones, expresarlas con nuestros labios y vivirlas en nuestras vidas. Debemos decir con él, “El Espíritu del Señor está con migo, Él me ha ungido, para dar buenas noticias a los pobres, libertad para quienes están atados, visión a los ciegos, ayudar a quienes son oprimidos injustamente.”
Porque somos sus ungidos, debemos asegurarnos de esforzamos por vivir nuestras vidas de tal manera que demos testimonio de Jesús. Mientras esperamos el sínodo sobre la evangelización en octubre, nuestro Santo Padre, Benedicto XVI, nos llama a ser más audaz en evangelizar a otros. Debemos hacer una diferencia en nuestra comunidad y en este mundo.
En cada época hay desafíos particulares para ser testigos de Jesús y ser los evangelizadores de nuestro tiempo. Como nos reunimos para la Misa Crismal, damos gracias a Dios por ungirnos en nuestro bautismo y confirmación y en los otros momentos de nuestras vidas. Pero también nos hacemos la pregunta, ¿Cómo podemos ser testigos en nuestro mundo de hoy? ¿Qué significa en el 2012 poder evangelizar?
En primer lugar, debemos seguir siendo muy valientes para pedir el respeto a al vida humana, desde el inocente niño que no ha nacido, aquellos que tienen enfermedades terminales, hasta aquellos quienes tienen discapacidades. Ellos son preciosos ante los ojos de Dios. Y, así los condenados a muerte que esperan ser ejecutados. Sus vidas son preciosas para Dios y deberían ser más preciosas para nosotros.
Debemos permitir crear a Dios una cultura de vida y no de muerte. En nuestra arquidiócesis local, debemos ser audaces en la lucha contra el racismo, la violencia y el asesinato. Muchas calles de nuestra ciudad y en la región han sido cubiertas con sangre por causa del odio y venganza.
El ungido de hoy debe pararse firme porque sabemos que tenemos un derecho que nos ha dado nuestra Constitución para la libertad religiosa. Queremos ser capaces de practicar nuestra fe y mantener nuestros valores y en lo que creemos, sí, en nuestros hogares y nuestras Iglesias, también en nuestra vida cotidiana, en la arena pública.
Debemos ser muy fuertes y enfrentarnos por la santidad del sacramento del matrimonio y la importancia de la vida familiar. Si somos realmente ungido de Dios, debemos estar dispuestos a ayudar a las familias heridas por la ausencia del amor de los padres, por la razón que sea. En las familias donde las drogas, la violencia y las pandillas han reemplazado el cuidado y el respeto, el ungido debe llegar en la oración y en acción.
La iglesia utiliza aceite santo para que la unción de Dios sea visible en nuestras vidas. Venimos aquí hoy a bendecir este aceite. Desde aquí, sale a cada parroquia e institución Católica en la arquidiócesis. El aceite de los catecúmenos, se utiliza para ungir a quienes se preparan para el bautismo, que sus mentes y sus corazones verdaderamente puedan abrirse a las aguas salvadoras del bautismo. Bendecimos el aceite sagrado para ser utilizado en la confirmación, para ungirnos con el poder del espíritu. Ese mismo aceite se utiliza para ungir las manos de sacerdotes recién ordenados y los altares de las Iglesias para consagrarlas – para consagrarlo a usted – para consagrarlo en el Señor. Y bendecimos el aceite de los enfermos, para que traiga sanación de Dios y consuelo a los enfermos, como personas que llevan la cruz de una enfermedad o vejez.
En esta Misa de la Bendición del Aceite, recordamos también que algunos de nuestros hermanos son llamados por su vocación a utilizar sus manos, corazones y palabras para dar la unción de Dios a otras personas.
Sí, ellos son nuestros sacerdotes que se encuentran aquí en gran número. Les pido que me acompañen diciendo un profundo agradecimiento a estos hombres. Mis hermanos, gracias por escuchar el llamado de Dios, por decir sí a su ordenación y por decir sí, una y otra vez, día tras día.
Han dicho sí cuando estaban cómodos o era inconveniente, cuando estaban tranquilos y cuando estaban cansados, cuando los entendían y les apreciaban y cuando se sienten que los hacen a un lado. Gracias por renovar tu compromiso y colocar nuevamente tu propia vida y corazón en las manos de Jesús.
El Papa Benedicto XVI dice a sus hermanos sacerdotes que llegamos cada año a la Misa Crismal con gratitud por nuestra vocación y con humildad por nuestros defectos y pecados. Él dice que renovamos en esta Misa nuestro “sí” al llamado del Señor. En este año, podemos seguir creciendo como hermanos.
Por favor, sepan de mi gratitud personal. Ustedes en realidad son mis más cercanos colaboradores y compañeros de trabajo en el ministerio. Estoy edificado por la forma en que pereces para dirigir al pueblo de Dios. Es mi privilegio ministrar con usted. También es mi privilegio como obispo, servirles y apoyarlos. A menudo lo que se les pide a ustedes es humanamente imposible, pero con la ayuda de Dios, siguen viviendo con la humildad de un ungido de Dios.
Por todos, tenemos que recordar hoy, que todas las acciones tienen consecuencias. Por ser audaz, Jesús fue echado de la ciudad. Dudo que eso nos pase a nosotros, pero, no obstante, como discípulos del Señor Jesús debemos ser valientes. Debemos decir en nuestros corazones y en nuestros labios y en nuestras acciones que el espíritu del Señor está en mí. Él me ha enviado.
Pueden enviar preguntas al Arzobispo Gregory Aymond al [email protected].
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