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Diciembre 15, 2019
3˚ Domingo de Adviento
Mateo 11: 2-11
Por Padre Manuel Solorzano, Guest Column
Queridos hermanos: El tercer domingo de Adviento es el llamado domingo “Gaudete” por tanto se presenta como una llamada a la alegría por la proximidad de la Navidad: “alégrense”. Ya “huele a Navidad”, ya casi se toca el nacimiento de Jesús. Y, como dice el refrán, lo mejor de la fiesta es la víspera, porque ya empezamos a sentir anticipadamente la alegría que ésta trae consigo.
Hace una semana mirábamos con Juan hacia el futuro, hacia el que “tiene que venir”, pero que todavía no ha aparecido. En este Domingo vemos a un Juan asaltado por las dudas. Posiblemente, el mesianismo de Jesús le choca, no corresponde con sus expectativas, con lo que él se había imaginado: un mesianismo de fuerza, de castigo de los pecadores, de derrocamiento de los poderes injustos … En la cárcel, impotente, envía un mensaje a Jesús. “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
Una pregunta tremenda para el que había dicho “Este es el Cordero de Dios”. ¿Cómo se explica esto?
Esta experiencia, que tal vez atormentaba a Juan más que la prisión y la amenaza de muerte, se repite de muchas formas en nuestra vida. En el estudio, el trabajo, el matrimonio, la vida cristiana. Empezamos llenos de alegría, pues tenemos la sensación de que, por fin, hemos encontrado aquello a lo que aspirábamos, el objeto de nuestros deseos, la persona que ha de colmar nuestra vida, la fe que nos ilumina … Y después … llega la rutina, las desilusiones, el tedio.
No era esto lo que había imaginado y, desde luego, no era tal y como me lo había imaginado. ¿No me habré equivocado? ¿Era este mi camino o tendré que buscar otro? Parece que se nos nubla la mirada y lo que antes nos parecía claro y evidente se hace problemático y opaco.
La respuesta de Jesús a la pregunta de Juan también nos vale a nosotros. Jesús hace de profeta para el profeta.
De hecho, su respuesta es una cita de los textos proféticos, sobre todo de Isaías, que anuncian la presencia del Reino de Dios: los ciegos ven, los cojos andan, la tristeza se convierte en alegría, la debilidad en fuerza, la cobardía en valentía.
Juan tiene que entender bien la respuesta indirecta de Jesús, que no habla de sí, sino de lo que Dios está haciendo por medio de Él. Jesús invita a Juan a participar de esa alegría que él mismo ha anunciado.
Ahora bien, ¿Cómo traducir esto a nuestra vida cotidiana? Jesús cura nuestra ceguera y nos abre los ojos para el bien que, pese a todo, existe a nuestro alrededor, en lo que hacemos, en las personas con las que vivimos; cura nuestra sordera y abre nuestros oídos a las necesidades de los demás; sana nuestra cojera para que nos pongamos en camino. Hay mucho más bien de lo que a veces nos empeñamos en percibir, y muchas posibilidades inesperadas que, para crecer, necesitan la “lluvia temprana y tardía” de nuestra confianza, paciencia, perseverancia y fidelidad. Así pues, alegrémonos, y dichosos nosotros si no nos escandalizamos del Él.
Avanza el Adviento, pero no sólo en las semanas, sino en profundidad. Cada domingo, descubrimos la importancia de lo que vamos a celebrar en la Navidad. La encarnación de nuestro Dios y la implantación del Reino, es algo central para nuestra fe. Es cuestión de mirar, mirar a la cara de aquellos que están marginados o excluidos y ver si van recuperando la dignidad.
No es tiempo de especular, en qué consiste la liberación. Ésta, se manifiesta como en las Bienaventuranzas, en signos que no parecen religiosos o cultuales, pero que proclaman que la Eucaristía, nuestro Bautismo, es la reunión y el encuentro de aquellos que se han sentido liberados. Alcemos la cabeza, se acerca nuestra liberación y sigamos adelante en nuestro caminar.