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Septiembre 30, 2018
26 Domingo del Tiempo Ordinario
Marcos 9:38-43.45.47-48
Padre Manuel Solorzano
GUEST COLUMN
Queridos hermanos: el Concilio Vaticano II, presenta a la Iglesia como Pueblo de Dios y Sacramento de Reconciliación para todos los hombres, poniendo de relieve la condición profética de todos los cristianos por el hecho de serlo. Por eso, cada cual en el lugar que le corresponde sigue siendo necesario en la construcción del Reino. La misión profética del cristiano en medio del mundo es ayudar a descubrir donde está Dios, poniendo de relieve cuál es su proyecto para con los hombres y por donde van hoy sus designios de salvación.
Jesús, nos descubre en su vida pública un modo nuevo de ser profeta fundado en el poder de todos los hombres y mujeres para cambiar el mundo venciendo el mal con la fuerza del bien. Todos tenemos la posibilidad de sacar lo mejor de nosotros mismos, trabajando por un mundo más justo y humano.
En este sentido todos somos agentes de esa trasformación, aunque no estemos “catalogados” en un grupo determinado de acción pastoral. Y es que ningún grupo humano por muy elevado que sea tiene la exclusiva y menos el monopolio de hacer el bien. Es la gran enseñanza que nos deja Jesús con su respuesta de hoy: “no se lo impidan”. El bien siempre es obra de Dios y todos los esfuerzos para luchar por la liberación y la dignidad humana donde quiera que sea nos hablan del amor de Dios a los hombres y de su acción liberadora frente a las víctimas del odio, la explotación, el desprecio, la discriminación y la falta de amor.
Esta enseñanza del evangelio de hoy pone de manifiesto que la praxis cristiana no puede defenderse como exclusivismo y como independencia absoluta. Todos los hombres son capaces del bien, porque todos los hombres han recibido los dones de Dios. Por lo mismo, allí donde se trabaja por los demás, donde se abren las puertas a los hambrientos y los sedientos, aunque no conozcan al Dios de Jesús, allí los cristianos pueden participar sin exigir garantías jurídicas que justifiquen sus compromisos. La comunidad cristiana, la Iglesia, no debe presentarse como el “gheto” de los salvados o redimidos con criterios de puritanismo y legalismo, porque esta promesa es para todos los hombres.
En la segunda parte Jesús señala con tonos muy gráficos y a la vez duros, la postura que sus discípulos deben tener ante el bien o el mal que siempre pueden estar presente en la propia conducta: Primero, nos dice que cualquier acto, cualquier gesto, por muy pequeño que sea, como el dar un vaso de agua a quien tiene sed no quedará sin recompensa, porque siempre será un signo del seguimiento de Cristo y una mediación en la implantación del Reino.
Seguidamente, Jesús, como contraste, habla del mal, nos advierte que la fuerza del mal es siempre una posibilidad en nosotros. El lenguaje metafórico es duro y nos habla de ser intransigentes cuando alguien es causa de escándalo para los que el evangelio llama, “pequeños”, es decir, los frágiles, los sencillos y aquellas personas que por su falta de formación pueden ser dañadas en su fe. No pueden existir razones que permitan ser indulgentes contra teorías, doctrinas, prácticas y costumbres que conducen al mal o que lo presentan desnaturalizado y privado de malicia. Es nuestra vida íntegra la que ha de proclamar nuestra fe operante o la que puede desmentir en nosotros la verdad de nuestra religiosidad.
Sintamonos, pues, invitados a estar abiertos a todo lo bueno y positivo que está presente en el mundo, ya que siempre es un signo profético y será una manifestación del amor de Dios venga de donde venga y a rechazar enfaticamente todo actitud que pueda escandalizar a los hermanos.