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En su homilía a una congregación rebosante, en la Misa Crismal anual, el 26 de marzo en la Catedral de San Luis, el Arzobispo Gregory Aymond habló sobre la llamada que todos los Católicos tienen en virtud de su bautismo, para difundir el amor de Dios. También reflexionó sobre la llamada a la pobreza espiritua, proclamada por el Papa Francisco. Aquí algunos extractos de su homilía:
En el Evangelio, escuchamos precisamente a (Lucas 4:16-21) Jesús referirse a sí mismo como el ungido de Dios. Jesús entra en la sinagoga, desenrolla el pergamino y encuentra la lectura del Profeta Isaías. Proclama no sólo esas palabras, pero también aplica esas palabras a sí mismo y a su ministerio como el Hijo de Dios.
Y dijo: “El espíritu del Señor está conmigo. El Señor me ha ungido. Y, me ha enviado para traer buenas noticias a los pobres, libertad a los cautivos, recuperación de la vista a los ciegos y libertad para los oprimidos. “
Jesús es el ungido de Dios. A través de nuestro bautismo y confirmación, nosotros, también, estamos ungidos de Dios. Hemos sido enviados a los demás, como los discípulos, los hermanos y hermanas del Señor Jesús, especialmente a los pobres, los ciegos y aquellos en cautiverio.
El Papa Francisco, nuestro nuevo Santo Padre, nos dijo estas palabras hace poco, cuando recordó la votación durante el Cónclave en la Capilla Sixtina. Cuando se contaron los votos y llegó a ser evidente que tendría a la mayoría de los dos tercios necesarios para la elección, su amigo – el cardenal sentado junto a él – lo miró y le dijo, “No olvide a los pobres.”
Estas palabras le influyeron en tomar el nombre de Francisco, porque él sentía que era su ministerio y el ministerio de la iglesia en solidaridad con los pobres. Entonces, tres días después de su elección, el Papa Francisco dijo esto: “Oh, cómo deseo una iglesia que sea pobre y que sea para los pobres.”
Con esas palabras, el Papa Francisco nos llama como una iglesia y como ungidos por Dios a ser pobres. Él, nos llama a tener mayor simplicidad y humildad, tanto individualmente y como iglesia. Él quiere que seamos más simple y más humilde, para que luego tengamos corazones más grandes y poder llegar a los pobres. Hemos sido ungidos para traer buenas nuevas a los pobres, a preocuparse por las personas que viven debajo de los puentes de la interestatal, en busca de gente de la calle, para atender a los hambrientos en nuestros comedores, y traer alimentos a los bancos de comida de las parroquias.
Estamos llamados a llevar la libertad a aquellos que han estado en cautiverio, a quienes no tienen libertad debido a las adicciones o porque están involucrados en pandillas. Estamos llamados a cuidar de los oprimidos a causa de la violencia, el racismo o la venganza. Estamos llamados a cuidar de aquellos que son rechazados debido a discapacidades. Estamos llamados a respetar la vida humana, cuando sea y cuando esté amenazada – ya sea el niño por nacer, los enfermos, el paciente de SIDA o el prisionero condenado a muerte.
Como ungidos, nos preocupamos por estas personas no sólo porque es una cosa agradable hacerlo o porque es políticamente correcto. Somos ungidos por el Señor Jesús, y seguimos sus pasos. Seguimos su misión en nuestras vidas cotidiana.
Hoy, estamos aquí para renovar nuestro compromiso con el Señor. Reconocer y agradecer a la iglesia joven que está aquí en números tan grandes. Ustedes son la inspiración para muchos de nosotros.
En las últimas dos semanas, observando y leyendo sobre nuestro nuevo Santo Padre, yo he sido desafiado personalmente, a hacer preguntas más profundas y más difíciles sobre mi vida, como un discípulo de Jesús y mi ministerio como sacerdote y obispo, y a cerca de mis prioridades. Su ejemplo y sus palabras me han desafiado a abrazar una mayor simplicidad y mayor humildad y más disponible para servir a los demás. Su ejemplo, me ha dado una lección de humildad.
Hoy en día no sólo nos reunimos para bendecir el aceite que nos va a ungir. También, damos gracias a Dios por aquellos a quienes Dios utiliza para ungirnos – nuestros sacerdotes. Los aceites santos usados en la vida sacramental de la iglesia, hacen a Dios presente, y el sacerdote invoca al Espíritu Santo para ungir al pueblo de Dios, y enviarlos tan fuertes, audaces y valientes testigos de la fe.
Estos hombres renovarán ellos mismos su compromiso al ministerio sacerdotal, y a las promesas que hicieron en su ordenación. Usted escuchará decir que están dispuestos a cumplir más de cerca con Cristo, y no para obtener un beneficio personal o relucir, sino para servir al pueblo de Dios fielmente por la predica y pastoreo de las personas y celebrar los sacramentos.
Mis hermanos sacerdotes, el pueblo de Dios en nuestra arquidiócesis agradece y ora por ti. Y yo también. Es mi humilde privilegio poder ministrarles. Vosotros sois realmente mis más cercanos colaboradores en el ministerio, y les agradezco. Es un privilegio para mí, como obispo, poderles servir y apoyarlos en su ministerio.
Hacemos a Cristo presente día a día, en las parroquias, escuelas, hospitales, cárceles, hogares de ancianos, grupos juveniles y otros ministerios especializados. Por favor, sepan que no tomo su ministerio por sentado. Le doy las gracias y doy gracias a Dios por el llamando al sacerdocio. Gracias por decir “sí,” primero en el día de su ordenación, y luego, todos los días, si fuera conveniente o inconveniente. Usted ha dicho “sí” cuando está energizado y cuando está cansado. Usted ha dicho “sí” cuando tienes confianza y cuando se pregunta, “¿Qué debo hacer, y cómo lo digo?”
Estamos agradecidos por nuestra vocación al sacerdocio, porque fue Dios quien sembró la semilla en nosotros. Con humildad por todos nuestros defectos, renovamos en esta Misa nuestro propio “sí” a Dios.
Mis hermanos sacerdotes, el ejemplo del Papa Francisco nos puede desafiar para cumplir con ese “sí” todos los días. Podemos nosotros, los sacerdotes de la iglesia, formar una iglesia que sea pobre, humilde y simple – una iglesia que sea para los pobres.
Se pueden enviar preguntas para Arzobispo Aymond [email protected].
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