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Padre Manuel Solorzano
Guest Column
Queridos hermanos: Culminada la Pascua, la liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar una fiesta muy importante. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo comenzamos todas nuestras celebraciones y en cada Eucaristía que celebramos, le pedimos al Padre por medio de Jesús nuestro Señor y con la fuerza del Espíritu, que nos congregue en la unidad y santifique los dones, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo. El Credo, además, nos dice que Dios es uno y trino, un Dios en tres personas, pero esto no es sólo una fórmula teológica, debe ser también una experiencia, ¿entonces qué significa esta fiesta?
La Trinidad es un misterio. De Dios sólo se puede hablar de forma aproximada y de su experiencia lo mismo. Siempre es difícil hablar de Dios y siempre corremos el riesgo de terminar hablando de nosotros mismos como si fuéramos dioses, o como si Dios fuese igual que un hombre. Sabemos muy poco de Dios … dice San Agustín: “Si piensas que has comprendido, entonces no es Dios, al que has comprendido”. Pero conocemos lo suficiente a través del Hijo, para no perder el tiempo en discusiones inútiles.
Dios es creador del cielo y la tierra, de las criaturas y de la naturaleza, nos habló y habla en la historia, nos ama y nos protege. Se hizo históricamente hombre en su Hijo Jesucristo, vivió en su tiempo, trabajó, amó y padeció, nos dijo cómo era el Padre, nos salvó con su muerte y resurrección, haciendo de nosotros criaturas a imagen suya, por eso nos envió a comunicar a otros la Buena Noticia. El Espíritu de los dos, está en nosotros, y nos reúne en el amor y en la unidad de la vida comunitaria. Creer en Dios es hacer de esto una experiencia, “experiencia religiosa”, que es válida si es capaz de dar sentido a la vida.
Nuestro Dios es comunidad, es familia, no está solo y el evangelista Juan en el evangelio de hoy lo deja ver: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, les guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo, hablará de lo que oye y les comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, por que recibirá de mí lo que les irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y se los anunciará”.
Se trata de la verdad de Dios, y esta no se experimenta sino amando sin medida. Lo que el Padre y el Hijo tienen, la verdad de su vida, es el mismo Padre y el hijo, porque se relacionan en el amor, y la entregan por el Espíritu. Nosotros, sin el amor, estamos ciegos, aunque queramos ser como dioses.
Para los cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria, lleva a pensar que toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. Toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria, tan real, que podría ser espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad”.
Es día de alabar, de agradecer, estamos en camino y aún tenemos mucho que comprender, aunque como nos dice san Pablo: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”.
Celebremos con gozo el misterio y como decimos al principio de la Eucaristía “Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con nosotros hoy, mañana y siempre”.