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2do Domingo de Pascua
Juan 20: 19-31
Abril 28, 2019
Por Padre Manuel Solorzano, Guest Column
Queridos hermanos: El segundo domingo de Pascua es, en realidad, el término de un largo día pascual que se ha prolongado durante toda esta semana; la liturgia lo presenta como un solo día en el que se concentran las experiencias de encuentro con el Resucitado que hacen los discípulos, duramente golpeados en sus esperanzas por la muerte de su Maestro. Los textos evangélicos de la Octava de Pascua subrayan las dificultades que aquellos primeros discípulos tuvieron para aceptar la noticia de la Resurrección y para reconocer la presencia del Señor entre ellos. Esas dificultades son, en verdad, las nuestras, que tampoco acabamos de creernos del todo que Jesús ha resucitado, es decir, que la muerte ya ha sido vencida, que es posible vivir “de otra manera”, pues estamos viviendo realmente un nuevo periodo de la historia, el tiempo de la nueva creación.
Estamos viviendo ya en el tiempo de la nueva creación, pero, como no nos lo creemos, dominan en nosotros, creyentes abatidos, la cerrazón y el miedo. Sólo la presencia viva de Cristo en medio de esta comunidad escondida y en retirada puede vencer estas resistencias. Por tanto, la comunidad es el lugar privilegiado en el que es posible ver al Señor y hacer la experiencia pascual.
Las dificultades para creer en la Resurrección del Señor y reconocer su presencia, comunes a todos los discípulos, se concentran hoy en la figura de Tomás, apodado el mellizo, que incrédulo, en principio no da crédito al testimonio de los otros. El Experimentó las dificultades de la fe que experimentamos todos. Pero, como él, podemos también nosotros superarlas. La gran condición para ver, tocar, creer y confesar es precisamente estar en la comunidad.
Se suele decir que la fe es una cosa personal, lo que es cierto, pero se suele dar a entender que es una cosa individual y subjetiva, lo que es falso. La fe verdadera es un don que recibe la persona, pero requiere de la comunidad creyente. Para “ver” al Señor y creer en Él hay que estar en la comunidad de esos tan imperfectos, violentos, ambiciosos, temerosos y cobardes, pero al fin discípulos, capaces de volver al Señor, pedir perdón, y dar la vida por Él.
Puesto que los defectos y pecados de la Iglesia son para muchos el gran obstáculo para integrarse en ella, participar de sus asambleas y tratar de ver al Señor en ellas, es muy importante subrayar el papel de las heridas que Jesús muestra en su cuerpo y ofrece a Tomás para que las toque, incluso por dentro. Para vivir la vida nueva de la Resurrección hay que volver continuamente a la memoria de la muerte, hay que tocar las heridas, y no superficialmente, sino entrando en ellas hasta el fondo.
Esto significa que hay que mirar de cara a los problemas, reconocer y abordar los conflictos, admitir las debilidades, confesar los propios pecados, tomar las medidas pertinentes, perdonarnos mutuamente … Igual que el testimonio interno de la comunidad es el fundamento del testimonio que se ha de dar ante el mundo, también el perdón, que Jesús confía a la comunidad para que lo comunique al mundo, es una realidad que opera dentro de la comunidad, que confiesa sus pecados, ejerce el perdón entre sus miembros, y hace de él una dinámica real de ruptura con el pecado.
Esto tiene mucho que ver con el carácter abierto de la comunidad que ha visto al Señor y ha superado el temor y vive ya en el “primer día de la semana”, en el que rigen nuevas leyes, ante todo, la ley del amor.
Estamos empezando este tiempo de Pascua. No hay prisa. Ya llegará el tiempo para darnos cuenta de lo que significa en la práctica vivir creyendo en Jesús resucitado. Por ahora, basta con experimentar la misma alegría de los discípulos. Y con dejar que de nuestro corazón brote, agradecido, un continuo “¡Aleluya!”