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Diciembre 23, 2018
4to Domingo de Adviento
Lucas 1:39-45
Queridos hermanos: el Evangelio de este último domingo de Adviento tiene como protagonista a la Santísima Virgen María e inicia con estas palabras: “María se puso en camino y fue a prisa a la montaña”. El Adviento y la Navidad ya próxima, es fundamentalmente “salida”. El Hijo que sale de estar con la Santísima Trinidad para estar con nosotros, para introducirse en la historia. María que se pone en camino para servir a su prima Isabel. El Papa Francisco no deja de hablar de una “Iglesia en salida”. Salir, parece ser la dinámica que nos presenta Lucas, después de decir: “Hágase, aquí está la esclava del Señor, del Sí de María” no queda otra posibilidad que “dar a luz”, hacer nacer, poner en marcha la Encarnación. Eso es lo que celebramos estos días.
Esta disponibilidad, hace que el hombre esté siempre a la expectativa (Adviento) y alerta a la llegada de Dios. Esta llegada no consiste en algo milagroso o sensacional en un día del año, sino que se manifiesta a través de los acontecimientos de la misma vida humana, podríamos decir que Adviento y Navidad son todos los días del año. La pobreza de corazón, característica de María, la primera creyente, es la disponibilidad total de nuestro ser al Dios que salva y que obra en la historia concreta de los hombres. Es el Sí del hombre, el Sí de María, al Sí de Dios.
El encuentro de María con Isabel, pone al descubierto los planes de Dios que se ha fijado en lo humilde y débil para llevar adelante la salvación. Isabel, ya mayor y estéril, pero llena de ilusión por el hijo que espera como un don de Dios y María, una desconocida joven de Nazaret, pero “¡Bendita entre las mujeres!”. Y es que Dios se complace en lo humilde y sencillo.
El saludo de Isabel se prolonga en la bienaventuranza: “Dichosa tú, que has creído”. La dicha plena, la felicidad, la encuentra María en haber creído a Dios. “Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, se cumplió ya en el nacimiento de Jesús. María es el punto de unión entre las promesas de Dios y su cumplimiento. Toda la esperanza trasmitida por los profetas, se cumple en Belén y en el seno de María. Ahora nos toca a nosotros, no es una tarea para los poderosos y María nos lo recuerda en el Magníficat. Él cuenta con los que no tienen más que fe y esperanza.
En esta dinámica, y si decimos, que lo que se dice de María se puede decir de la Iglesia, nos recuerda el Papa Francisco: “Todos estamos llamados a esta nueva “salida” misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”, “María es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás sin demora. Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización” (Evangelii Gaudium).
El Señor llega, viene; el hombre, por su parte, camina, sale. Por tanto, o Cristo nace dentro de nosotros y de la comunidad, comunidad que se hace Cristo y eso lo comunicamos con humildad y ternura a todos los hombres, o no habremos entendido nada de lo que significa celebrar la Navidad. Él viene a visitar a su pueblo, María se va a prisa a la montaña y nosotros acogemos e intentamos llevar a la práctica la Buena Noticia. Él está llamando a nuestra puerta, está pidiendo permiso para entrar en nuestra historia, en nuestra casa y el ruido, las compras, la fiesta por la fiesta, el dejarse llevar por el ambiente… tantas cosas en estos días, pueden hacernos sordos y ciegos, para no ver el gran regalo que se nos da: un niño que nos invita a ser misericordiosos. María nos dice hoy: ¿sales a la montaña conmigo, quieres ponerte en camino? Eso ha sido el Adviento.