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Marzo 7, 2021
3˚ Domingo de Cuaresma
Juan 2: 13-25
Queridos hermanos,
En nuestro camino de preparación para la Pascua llegamos al tercer domingo de Cuaresma. El evangelio de hoy nos presenta a Jesús realizando en el Templo un símbolo de gran fuerza expresiva, escandaloso para las autoridades religiosas judías, que no nace de la ira sino de la profunda vivencia de un Dios Padre que quiere habitar en el corazón de todo ser humano sin distinción, sin discriminación. Un Dios que muchas veces expulsamos del templo de nuestro corazón con la hipocresía, el egoísmo y el rechazo al otro.
San Juan coloca este episodio en torno a la Pascua, lo cual es ya significativo. Jesús realiza uno de los gestos simbólicos que más debieron llamar la atención y provocar la ira de sus enemigos y aunque Jesús quiere hablar sobre todo del templo de su Cuerpo, no tiene nada de extraño que fuera uno de los motivos que alegrara a sus enemigos para condenar a Jesús. Ellos entendieron que la economía del Templo y todo lo que había significado hasta entonces terminaba con Jesús. Lo que Jesús hizo, en definitiva, fue un “signo”, con el que anunciaba su muerte y su resurrección. Y es precisamente en su condenación y muerte cuando esta profecía encuentra su cumplimiento por la resurrección. El Nuevo Templo ha quedado definitivamente establecido en Jesucristo Resucitado.
La Cuaresma siempre tiene una doble dimensión, como la conversión: una dimensión “noética”, o sea, cambio de la mente o del corazón, y una dimensión “ascética”, o sea, cambio en la vida práctica o conducta. La conversión, en este caso, pide al creyente asumir que Cristo destruyó el Templo de piedra y todo su culto de víctimas y ofrendas materiales, abriendo el templo a las dimensiones y espacios amplios de la vida, donde el culto a Dios es vivir según su voluntad, como hizo el mismo Cristo, que vivió y exhortó a vivir “en espíritu y en verdad”, haciendo siempre la voluntad del Padre. Su vida la consumó “en el acto supremo de todo culto, y lo hizo al aire libre: en el Calvario”.
Todo un símbolo para sus seguidores que, pasando a la dimensión práctica de la Cuaresma, hemos de entender y vivir que el culto verdadero y agradable a Dios es la propia vida, como dice Pablo a los romanos. Purificar el templo exige tener en cuenta estos principios y vivir en consecuencia. Todo lo que somos, todo lo que hacemos, los compromisos profesionales, sociales y políticos, el respeto a las personas, etc., todo es parte de nuestro culto a Dios “en espíritu y en verdad”, en el gran templo donde se desarrollan nuestras vidas.
Hasta tal punto esto es así, que lo que llamamos “el culto” y se desarrolla dentro de nuestros templos, iglesias y capillas y recibe su sentido “sacramental” en tanto en cuanto va respaldado por la vida real. De no ser así, las realidades que se dan en este culto, serían puros ritos, con referencia ciertamente a Jesucristo Resucitado, pero sin ninguna referencia a la vida de los que celebran dicha liturgia. Estarían vacíos de contenido y no servirían para lo que fueron establecidos: para el encuentro salvífico y pascual con el Resucitado, que ha de empapar y transformar toda nuestra vida.
“Hagan esto en memoria mía”, nos dijo Jesús. Pero, más que memoria, quiso decir memorial porque el memorial añade a la memoria la presencia de lo recordado. Memorial de la Nueva Alianza, del Nuevo Templo, del Culto Nuevo, de la Novedad en que nos ha introducido ya y que consumará cuando vuelva para entregar al Padre los cielos nuevos y la nueva tierra. ¡Si supiéramos en qué Misterio vivimos!
Seguramente que lo celebraríamos “con temor y temblor” y viviríamos en una constante alabanza y acción de gracias a Dios que ha hecho a favor nuestro, semejantes maravillas. María sí lo sabía y, extasiada y agradecida, lo cantó en el Magnificat.