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Junio 23, 2019
Solemnidad del
Corpus Christi
Lucas 9: 11b-17
Por Padre Manuel Solorzano, Guest Column
Queridos hermanos: después de la solemnidad de la Santísima Trinidad, el segundo gran destello de la Pascua es la solemnidad que tradicionalmente se celebraba el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, y que ahora se ha trasladado al domingo siguiente, el que hoy celebramos, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
El misterio Pascual, de la pasión, muerte y resurrección, universaliza la presencia de Cristo, de manera que ya no está limitado por el espacio y el tiempo. Jesús prolonga, por tanto, su presencia física en la Eucaristía. No es casualidad que eligiera como signo y realidad de su presencia cosas tan sencillas y normales como el pan y el vino. De esta manera subraya, de nuevo, el compromiso con la cotidianidad. Dios no nos aliena, no nos saca de nuestra realidad, sino que se hace presente en ella y en ella alimenta nuestra vida. La Eucaristía es un “memorial”, el memorial de su pasión: no el mero recuerdo de algo pasado, sino una actualización, que nos hace realmente partícipes del acontecimiento pascual.
Por eso el Evangelio de hoy recoge una situación tan eucarística como la multiplicación de los panes. Ante la multitud hambrienta y en descampado, los discípulos quieren despedirlos y le dicen al Maestro: “ya han recibido el alimento del espíritu, que se busquen ahora ellos mismos la vida” (es decir, el pan). Pero Jesús les lanza un desafío que parece un imposible: “Denles ustedes de comer”. La respuesta de los Apóstoles no se hace esperar: “No tenemos más que cinco panes y dos peces …” No podemos afrontar con nuestras fuerzas y medios limitados una necesidad tan grande.
También hoy nos dice Jesús a nosotros, cuando le hablamos de las necesidades y los males de nuestro mundo: “denles ustedes de comer; respondan ustedes a esas necesidades, pongan fin a la injusticia, a las guerras …”. Y también nosotros tendemos a las evasivas: ¿qué podemos hacer ante tantos problemas y tanto mal, cuando somos tan limitados y tenemos tan poco?
Jesús nos enseña hoy que, si le entregamos lo poco que tenemos, Él tiene el poder de multiplicar eso poco de modo que alcance para todos. La Eucaristía es alimento para el espíritu, pero también es una escuela de amor y de solidaridad, en la que aprendemos a compartir nuestros bienes con los necesitados.
El que podamos hacer poco no es excusa para dejar de hacer precisamente ese poco, que es la contribución que podemos y debemos hacer para, dándosela a Cristo, saciar el hambre de los hambrientos de pan y de sentido.
Como una pequeña muestra, basta que pensemos en las múltiples comunidades cristianas en muchos países, sobre todo de Asia, África e Iberoamérica, que pueden subsistir y llevar adelante sus proyectos eclesiales y sociales gracias a las ayudas de cristianos de países con más recursos.
Si se sumaran a esa red de fraternidad muchos más de los que se confiesan cristianos “pero no practicantes”, por ejemplo, participando más activamente en la vida de la Iglesia, también acudiendo al encuentro dominical al que Jesús llama a sus discípulos para darles, y también para pedirles, llegaría a muchos más esa ayuda multiplicada por la acción eucarística de Jesús, que “tomó los panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente”. Comieron y se saciaron los presentes, y todavía sobró para continuar multiplicando la red de fraternidad y ayuda a los necesitados que, inevitablemente, se forma en torno a Jesús, a su Cuerpo entregado y a su Sangre derramada. Por eso, cuando se come y se bebe la vida de Jesús, se hace el compromiso, la promesa, de unir nuestra vida a Dios y transformarla en don de vida para los hermanos. Este es el misterio de la Eucaristía.