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Septiembre 1, 2019
22˚ Domingo del Tiempo Ordinario
Lucas 14: 1.7-14
Padre Manuel Solorzano, Guest Column
Queridos hermanos: el texto evangélico de este domingo, a propósito de un banquete en el que los invitados buscaban los primeros puestos, da pie a Jesús para hablar de la humildad.
Verdaderamente las personas tenemos una gran capacidad para complicar hasta lo más sencillo. Digo esto porque algo tan simple como una comida lo hemos terminado convirtiendo en un momento de protocolo donde hay que respetar los diversos niveles sociales, donde incluso, las personas sienten que tienen derecho a un puesto u otro de acuerdo con su condición social, su nivel económico o su poder en la escala jerárquica social.
Precisamente una de las comparaciones preferidas de Jesús para hablar del Reino es la comida compartida. Sentarse en torno a la mesa es una forma de expresar la fraternidad. Compartir la comida es un momento sagrado porque tiene mucha relación con el compartir la vida y nuestro Dios es el Dios de la Vida. Tanto le gustaba a Jesús esa comparación que, al final de su vida, cuando sabía que su muerte era inminente, nos regaló la Eucaristía, una comida ritual en la que él mismo se hace presente como alimento de vida que todos compartimos.
Por eso le costaba a Jesús entender el tema de las jerarquías, esa necesidad que tenemos las personas de poner a los demás en una escala de arriba abajo. En su perspectiva no entraban esas diferencias sino más bien lo contrario: la cercanía, la fraternidad, la igualdad, el movernos todos al mismo nivel, sin tener en cuenta ninguna de las diferencias que nosotros solemos señalar para establecer la escala social. Los que se sientan a la misma mesa son hermanos y hermanas, todos iguales. Si de escoger un puesto se trata, hay que escoger el último para servir a los más pobres, a los más abandonados. Ese es el mayor privilegio al que se puede aspirar: construir la fraternidad acercando a los que están lejos a la mesa familiar. Jesús participa en un banquete y, no entiende la lucha de los convidados por ocupar los primeros puestos.
Está convencido de que los que hacen eso se olvidan de lo más importante, pierden el tiempo y no gozan verdaderamente del banquete de la fraternidad, que es mucho más importante sin punto de comparación que lo que se come materialmente. Y este mensaje, Dios se lo ha revelado a los humildes. Es el mensaje de su amor y su misericordia que no deja a nadie fuera de su mesa, que no excluye a nadie del banquete de la vida. Conocer ese mensaje es la más alta sabiduría a la que se puede aspirar.
Ese mensaje se nos ha revelado en el mismo Jesús. A través suyo hemos podido entrever que nuestro Dios no es un Dios de terror ni de poder ni de furia. Con Jesús nos hemos acercado al monte Sion y hemos descubierto que el Reino es una fiesta, la fiesta de la vida y de la fraternidad y que, en medio de la fiesta, está Dios mismo, como el que acoge, como padre de misericordia, como creador y mantenedor de nuestra vida.
Desgraciadamente seguimos creyendo en las categorías, en las jerarquías. Hasta en la Iglesia hemos marcado diferencias entre las personas. Hay puestos reservados, autoridades y tantas otras cosas. Y a veces se nos olvida que el servicio fraterno es lo que da sentido a lo que hacemos en la Iglesia y en la sociedad; que si no servimos a los hermanos y hermanas perdemos miserablemente el tiempo y la vida que se nos ha regalado.
Nos despistamos y pensamos que el objetivo de nuestra vida es ser importante, tener cargos y que nos terminen cediendo los primeros puestos y haciéndonos homenajes. ¡Necio! Cuando te mueras no te llevarás nada de eso contigo. Y lo único que te salvará será el amor que hayas compartido gratuitamente en tu vida, el amor de Dios.