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Durante el velorio de mi mamá, cada uno de sus hijos habló sobre su vida. Yo conté que lo que me impresionó fue que ella cantaba mientras hacía los quehaceres de la casa. Se había casado a los 15 años, dado a luz a 12 hijos, dos que murieron en infancia, y además había criado a dos nietas, hijas del hijo más joven cuyo matrimonio fracasó.
Feministas modernas quedarían horrorizadas al ver su sacrificio, una vida desbordándose con el trabajo pesado de cocinar, limpiar y cuidar a todos, hasta un hijo alcohólico que llegó pidiendo hospedaje con su esposa y cuatro hijos cuando perdió su trabajo y casa debido a sus borracheras. No obstante, ella podía cantar cada día mientras trabajaba.
Me acordé de su vida al pensar sobre el día del trabajo o dia de la labor. Por alguna razón, la palabra labor tiene mala connotación, asociada con la monotonía de la cadena de montaje o la frustración de un manitas tratando de componer un grifo que ha estado goteando. Aún, el trabajo es la moneda de nuestra autoestima, la fuente de nuestra seguridad.
Sin él, perdemos la onda y vagamos sin rumbo. Trabajamos toda la vida anhelando jubilarnos a una vida de ocio y cuando llega ese día descubrimos que todavía tenemos que encontrar algo que hacer. Pero eso es algo distinto a trabajar con felicidad.
No obstante, tal personas existen y, aunque son anónimas, parecen ser dueñas de un secreto negado al resto de nosotros.
Quizás es propio, entonces, que su secreto sea revelado por un jesuita poco conocido, Jean-Pierre de Caussade, quien nació en 1675 y vivió hasta 1751. Sus ideas vienen en un libro que jamás escribió, las notas de conferencias que daba a las monjas de la Visitación. Su tratado místico fue finalmente publicado en francés en 1966 y en inglés en Escocia y Estados Unidos en 1981 con el título “El Sacramento del Momento Presente.”
El secreto es simplemente este: Personas que encuentran felicidad en su trabajo, no importa tan difícil que sea, son aquellas que realizan que, en las palabras de de Caussade, “Dios habla a cada individuo por medio de lo que le pasa momento por momento.”
El sacramento del momento presente “requiere que hagamos nuestro deber, que llevemos a cabo lo que pide Dios de nosotros, no solamente este día, o esta hora, sino este minuto, este mero minuto – ahora.” Personas que pueden discernir el propósito de Dios en las tareas triviales de su vida quizás no podrán articularlo pero ciertamente lo sienten. Ellas pueden ver la razón en lo que para otros parece no tener sentido, ver como el granito de arena que traen a la construcción del reino contribuye al edificio total.
Como el teólogo Richard Foster observa en su introducción, de Caussade nos reta a ser felices, libres y serenos. Nos llama a una vida al alcance de discípulos ordinarios: “Hay que hacer a cada alma comprender que la invitación de este gentil, amante Salvador espera nada difícil o extraordinario de ella. … El sólo pide que nuestra buena intención sea una con la de él para que él nos encabece, guie y recompense como corresponde.”
Ciertamente, los sacrificios de mi mamá (y papá) fueron recompensados, hasta en esta vida donde jamás fueron libres de las penas y tribulaciones de los trabajadores pobres. (En una breve autobiografía, mi mamá se quejó de tener “demasiadas cuentas.”) Aunque pudieron pagar por sólo uno, nueve de sus hijos se graduaron de la universidad y sus nietos avanzaron aún más, ganando doctorados en ley, medicina, y matemática.
Dios es bueno.
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